Escribe, lapicillo triste, escribe. Grafito de dolor,
testimonia. Canta, lapicillo, corriendo sobre tu papel de
locura.
Tú estás para crecer, para auspiciar, para afirmar y restañar.
Tú curas, ensalmas, impulsas y enderezas.
¿Qué me importa ahora si la forma pudiera ser movida de sus
perímetros, trenzada hacia novedosos e intangibles efectos?
La poesía no es la vida, pero es su más honda cisterna, su
museo más extenso y su atalaya más alta.
Así que escribe, lapicillo; mira, grafito, testimonia: ofrece sin
demora esos surcos sutiles de pólvora y de música.