Aura de Canova-Panamá
Con voz precisa, singular, Róbinson construye una urbe de desigualdades sociales bien marcadas. Su lenguaje es transparente y duro al mismo tiempo, devela verdades existenciales del niño de carne y hueso, del que transita en la rutina aplastante del día a día, de Joaquín, quién a su vez representa a muchos Joaquines, sumergidos en las esquinas, sombras, semáforos, panzas vacías; ellos también conocen la creatividad de jugar con las hormigas, lanzar piedras y comer mangos.
La ciudad Cosmopolitan tiene varias caras, pero el poeta nos muestra una donde se cobija el olvido, el fracaso, el pánico a vivir en un mundo inestable y cruel que va de la mano con la pobreza. Se observa en el discurso poético a un niño receloso, con la etiqueta “huérfano de padre vivo”, “abandonado por los gobiernos en turno”. Le falta la ternura de su madre a tiempo incompleto, gracias al padrastro de turno. Pero aún así, se las ingenia para sobrevivir, entre jugar descalzo el fútbol y estudiar para que la ciudad no lo olvide.
La figura simbólica del padre esta latente en la poesía. Joaquín no sabe quién es su progenitor, o célula paternal. El poeta, que es biólogo, parte de esta interrogante ¿la identidad? Vemos en América Latina, con demasiada rutina, la ausencia del padre, a las madres padres; el problema de la pedofilia, que ya incursiona en los barrios, es lo real y pavoroso. A pesar del hambre, Joaquín, el niño receloso, pudo evadir al viejo de la panza gris, el que acariciaba a los niños que querían saciar su hambre.
La pluma de D. Róbinson trata de rescatar a los niños olvidados y sumergidos en una condición deprimente y hasta nostálgica.