sábado, 19 de junio de 2010

Joaquín y el olvido.

Daniel Pulido (Colombo-Nica)

“Qué fácil es protestar
Por la bomba que cayó
A mil kilómetros del ropero
Y del refrigerador”

(Silvio Rodíguez).

Este niño Joaquín del que habla David Robinson en sus “Confesiones de un poeta en una ciudad que odia” (Panamá: Editorial Casa de las Orquídeas, 2009), me recuerda a unas palomas urbanas que vi hace unos años en la estación de trenes de Dortmund (Alemania): nacidas y crecidas entre los hierros y el hormigón, su única referencia vegetal del planeta provenía de las flores y plantas vendidas en las floristerías de la estación. Después de eso no conocen nada más, su vida y su territorio están constituidos por una superficie gris, oxidada, ruidosa, monótona. El absurdo es su naturaleza, así Joaquín, ente urbano odiado por la urbe, non grato para estos conglomerados que ya simbolizan decadencia y evidencian la estupidez de nuestra era, de nuestros modelos de”civilización”. Joaquín es, con su sola existencia, una denuncia: ¿por qué y para qué nacen los millones de Joaquín en urbes como el Distrito Federal de México, donde de por sí es una hazaña el hecho de respirar? ¿O como Ciudad de Panamá, que creció amamantándose de fusiles yanquis, humo, petróleo y aceites de los barcos de carga? ¿O como Bogotá que exhibe, cual llagas, a miles de gamines que la mal habitan? ¿O como Managua-City, poblada por cachorros pitecántropos que se aglomeran con los zopilotes y los perros sarnosos en las churecas, en los semáforos o alrededor de un vaso de pega? ¿O como Bangladesh donde son paridas criaturas cuya principal misión es superpoblar la pobreza? ¿O como la franja de Gaza o Pakistán donde nacen destinados a ser carne de cañón, cadáveres vendidos en fotos de revistas multinacionales que, desde el “primer mundo” mercadean con la miseria? ¿O como una comunidad cercana a León, Nicaragua, de cuyo nombre quisiera no acordarme, donde niños y niñas de 5 a 8 años ofrecen sus servicios sexuales a niños de 10 a 12 años por el módico precio equivalente a dos tortillas de maíz?

¿Qué haremos con tantos millones de niños huérfanos de padres huérfanos de generaciones huérfanas de patrias impuestas huérfanas de historia? ¿O con historias impuestas a patrias impuestas a padres que no querían serlo de niños que no querían nacer? Y sin embargo se envenenan con los humos de los vehículos que no los dejan en paz mientras tratan de jugar pelota en las calles pavimentadas (cuando tienen la buena suerte de conocer el pavimento) de ciudades cuyo nombre no importa porque su frivolidad es su razón de ser y su denominador común. De algún resquicio de estas cavernas contemporáneas David Robinson asoma para mirarse en niños como Joaquín:

Deseo que mires a un hombre
Que dejó de mirarse el ombligo
Que levantó la vista
Que se abrió el alma
Que conoció a un niño
Huérfano de padre
Que vive
En alguna parte del país criado por una madre
Que es madre
En alguna parte de su ser…
Su nombre es Joaquín

Y vive en los suburbios
De una ciudad que no lo quiere

Robinson descarna una nueva señal de su pasado y su futuro, una nueva víscera que se desprende de sí y ya no es sólo suya, ni es sólo cicatriz de su origen, es un nuevo ombligo con vida propia llamado Joaquín, un ombligo independiente que puebla su presente, criatura paria del tercer o cuarto o quinto mundo, el mundo de la rabia, de los tatuajes tribales, el mundo de la sangre que corre a desembocar en las cloacas, el inframundo del asco y la ira. No son poemas los de David, no lo pretende, él mismo lo afirma, más bien se define a sí mismo como cómplice de esta absurda parafernalia conocida como urbe, máxima expresión de nuestra contemporaneidad:

Hoy no quiero contarte mis metáforas
Me parecen holgazanas
Repletas de caries y arrugas
No quiero que escuches mi poética
Es sólo un discurso
Y fue concebido en el silencio del cómplice
En la soledad del descomprometido…

Sin embargo este poemario donde el niño Joaquín habita está tejido en un contexto más amplio atestado de historias de madres accidentales, madres luchadoras, madres solteras metidas a prostitutas, padres ausentes, adultos abusadores de su autoridad que sacan provecho de ella ya sea como profesores autoritarios, pedófilos de toda laya, policías corruptos, políticos embusteros, curas depravados, padrastros violentos (Comerciante/Policía/Panza gris/¡La maldita trinidad!); habitantes de un planeta monocromo lleno de humo y sirenas, de concreto y bólidos urbanos, de enfermedades propias de los hacinamientos humanos, de guetos que pululan y proliferan alrededor de las urbes erigidas y gobernadas por y con el dinero de unos pocos privilegiados: El mundo de Joaquín y su madre, de su amiguita, de sus amigos de juego y de trabajo; un mundo que palpita al margen de las vitrinas lujosas y el brillo nocturno de las avenidas, un mundo que sólo se detiene en los semáforos y, desde sus ojos de hielo, no se fija en otra cosa que no sea el cambio a luz verde que le permita continuar con el designio de ensalzar la instauración del individualismo. Un mundo que no es posible descifrar desde la comodidad de las tertulias. Robinson inicia y finaliza este libro con la ira atravesada en el pecho, ira vuelta contra sí mismo pero también ira que increpa al lector, ira que no deja escondites ni pretextos para las blandenguerías existenciales:

No estoy seguro si buscaba un espejismo
Confirmar la retórica del café y el vino tinto
De los coloquios donde resuelvo todos los males del mundo
Donde toda miseria desaparece
Hablar es tan sencillo
Condolerse con la barriga llena es tan simple
En las tertulias que lindos versos escribo

Escritos con dolor estos versos, dejan además la interrogante acerca de la industria de la pobreza, es decir de las “cruzadas” emprendidas por organismos, iglesias y sectas estrafalarias, programas de gobiernos, politiqueros de oficio, discursos y campañas recaudadoras de fondos para la niñez, postales y portadas de revistas millonarias con fotos de niños y niñas famélicos y semi desnudos, documentales con adolescentes tatuados hasta el alma haciendo señales y amenazas detrás de los barrotes de las cárceles atestadas. Vergonzosas jornadas de caridad promovidas desde las lujosas oficinas de las empresas multinacionales Elegantes, esbeltas y perfumadas locutoras de cotizados programas televisivos y radiales hablando y mostrando imágenes de los cordones de miseria, utilizándolas como producto que les permite mantenerse al tope de los “rating”. Conciertos benéficos de acaudaladas luminarias de fama mundial que “donan públicamente” una millonésima parte de sus fortunas, en perversos actos de generosidad (marketing) que les garantizan la multiplicación de sus ganancias gracias al “buen corazón” de quienes creen que comprando un boleto para un concierto se pueden salvar de ser asaltados por una criatura desesperada por el hambre…no son poemas los de este libro, son palabras nacidas del hastío y del odio incubado por generaciones en nuestra periferia. Así lo concluye Robinson, contundentemente:

Hoy salí a la calle y dejé de verme el ombligo
Ahora me parece un espectáculo grotesco
Hoy salí a la calle y vi el arte poética del universo
El rostro brillante
De un niño llamado Joaquín

domingo, 13 de junio de 2010

Confesiones que denuncian, según Henrie Petrie

Henry A. Petrie-Nicaragua


David C. Róbinson O. Panamá, 1960. Su más reciente poemario publicado: Confesiones de un poeta en una ciudad que odia (Editorial Casa de las Orquídeas, 2009; 72 ps). Ya antes salieron a luz La canción atrevida (1999) y Soledades pariendo (1995). Tiene otros libros, pero sólo menciono los pertenecientes al género poesía. Año tras año estampa sus huellas (o las remoza) en la Ruta (centroamericana) del maíz. Nicaragua ha sido su cabeza de playa desde el 2003.


En Confesiones de un poeta en una ciudad que odia tiene como personaje principal a un niño llamado Joaquín, amigo de “la niña de chocolate” con quien arma berrinches. Pero, ¿quién es realmente Joaquín? ¿Acaso un simple personaje de libro o la representación de una niñez sumergida en sociedades consumistas, violentas y machista? ¿Acaso la máscara del poeta, probable niño víctima también, que con conciencia forjada restriega a la sociedad disfuncional en la que vive, sus nimiedades?


Joaquín es un niño abandonado que crece en tiempo de amputaciones. Hogares disfuncionales configuran ciudadanos atrofiados. Vástagos a imagen y semejanza del monstruo social progenitor. Pequeñas criaturas que ambulan rincones urbanos (suburbios) con derechos negados. Joaquín, entonces, puede ser un nombre colectivo de maltratos, violaciones y vejámenes. Vulnerabilidad extrema. La pesadilla de haber nacido enterrado. Hambre Droga Prostitución Pedofilia Comercio… “La pobreza / es una señora sin oídos / y llena de mortajas” (p. 66). Ciudades adversas, asesina de inocencias. Mundo adulto y depravado, no en el sentido de la abyecta moralidad, sino de la distorsión existencial total. “Joaquín nació / en una ciudad / que parece odiarlo” (p. 7). Desde el aula de clase. Y “Joaquín lustra zapatos en el parque / Un viejo de panza gris le silba / El niño huye / Hace un par de días / el anciano le tocó sus partes” (p. 50). Mientras la madre, la de amantes multiplicados, quizá espera se cumpla la “promesa escrita en el hielo” derretido, del engendrador.


David Róbinson ha construido un poemario singular y experimental, que marca un nuevo estadio de su evolución poética, con definición estética diferente con relación a sus anteriores creaciones. Ya no se nos presenta Eros ni el solitario, sino el ser que observa más allá de su entorno y se sumerge en el torbellino social, una problemática donde la niñez es protagonista, la futura generación amputada. Hombres y Mujeres que continuarán el lastre y veneno suficientes para que el odio continúe marchando, aunque como un terco guerrillero resista el amor.


Entonces, el poeta abandona la superficie y se sumerge a un submundo en la búsqueda de nuevos significados, lo realmente connotante, razón por la cual abraza una función más comprometida con la vida, la esperanza que no puede difuminarse. Irrumpe la intimidad egoísta para aventarse a la lucha por una conciencia diferente, que parte de la actitud personal ante el mundo.


Son 56 piezas que hacen una historia articulada, una poética que acuña trama y conflicto, cuyo desarrollo narra. Personaje niño urbano excluido vulnerable. Como escenario la ciudad de Panamá que puede ser cualquiera. Contexto social disfuncional desgarrante y aberrante. A pesar de los Índices de Crecimiento Humano en mentes de ejecutivos distantes de submundos urbanos y rurales. Joaquín, en realidad, nos refiere grandes agujeros creados por la marginalidad y la exclusión. En este contexto, la ciudad es dolor, supervivencia, aberración y desvergüenza. Asesina de inocencias.


Desde el inicio, el poeta Róbinson hace una declaración de principio en su cometido poético, quizá consciente de que ya ha sido suficiente de contemplaciones abstractas y de ir hacia otro sentido de la existencia, al fondo de las grietas sociales. Y dice: “Hoy no quiero cantarte mis metáforas / Se me antojan patéticas / Repletas de caries y arrugadas // No quiero que escuches mi poética / Es sólo un discurso / Y fue concebido en el silencio del cómplice / En la soledad del descomprometido / (…) // Hoy no quiero que me veas / Como ese poeta encerrado tras los barrotes de una pose / Deseo que mires a un hombre / Que dejó de contemplarse el ombligo / Que levantó la vista / Que se abrió el alma / Que conoció a un niño / Huérfano de un padre vivo / Que vive / En alguna parte del país / Criado por una madre / Que es madre / En alguna parte de su ser” (p. 5).


Pero la verdad es que esa realidad ácida también construye metáforas, aquéllas que no reconocen los preciosistas ni los que buscan obras maestras, al fin y al cabo, cosmetólogos.


Cada pieza fragmento poético se interconecta. Es lo que hace la historia. Hasta sugerirnos la novela que quizá esté en la mente de Róbinson. Progenie de la idea materia chista. Como Pablo Antonio Cuadra con Cantos de Cifar, poética narrativa que nos descubre, o nos muestra, el mundo maravilloso de las isletas del Lago Cocibolca.


El poemario se estructura en cinco partes, cada una de éstas está introducida por un epígrafe en versos del poeta Héctor Collado, también panameño. Parte primera: se nos presenta a Joaquín y su entorno inmediato. Parte segunda: se caracteriza a la ciudad-sociedad mediocre, superficial y publicitaria, entran los personajes de y en las calles. Parte tercera: el agujero de Joaquín. La pobreza. Futuro cercenado. Riesgos extremos como condición social. Colegio. Parte cuarta: se ahonda en la vida de Joaquín y en los personajes a su alrededor. Exposiciones de sociedad mediocre y violenta. Parte quinta: consecuencias a falta de cambios. ¿Acaso tendrá futuro Joaquín? ¿Qué tipo de futuro? ¿El desastre?


Confesiones de un poeta… retrata un profundo agujero (ya no círculo) vicioso que absorbe nuevas fichas para la delincuencia y la criminalidad, multiplicando márgenes y exclusiones en todas las direcciones, porque margen ya no sólo es el contorno, las afueras. El poeta lo denuncia, porque ya no sólo advierte, sino que confronta el peligro, mirando el “rostro brillante” de tantos Joaquín que soportan “¡Los azotes del terror!”, y hay quienes se quejan de terrorismo. Ese niño multiplicado por cifra incuestionable está enfilado hacia la delincuencia, no la de disfraces oficiales, la otra, la que empieza robando gallinas o un trozo de pan.


Ahí entonces, ¡el detente, padre patria director perverso! Apelativo de amor y esperanza. La descripción y sugerencia poética se hace símbolo a fuerza de realidad. ¿Su significado? Hasta donde alcance la sensibilidad humana.


Managua, mayo 2010.

domingo, 6 de junio de 2010

ME DESORDENO, AMOR, ME DESORDENO

CARILDA OLIVER LABRA-Cuba


Me desordeno, amor, me desordeno
cuando voy en tu boca, demorada
y casi sin por qué, casi por nada
Te toco con la punta de mi seno

Te toco con la punta de mi seno
Y con mi soledad desamparada.
Y casi sin estar enamorada
Me desordeno, amor, me desordeno

Y mi suerte de fruta respetada
Arde en tu mano lúbrica y turbada
Como una mala promesa de veneno

Y aunque quiero besarte arrodillada
Cuando voy en tu boca, demorada
Me desordeno, amor, me desordeno.