Héctor Collado (Panamá)
SAL DEL
SOL
(Para Jorge Ventocilla)
La selva es una ciudad
que está viva está en todo tiempo;
sin embargo la ciudad
es una selva de ruido,
de apremio, smog y cemento.
Todo en esa selva canta,
–milagrosa canción viva-
como un coro se levanta,
pentagrama de la brisa
como música sabida.
Hay un sinfín de criaturas
naciendo en todo momento,
con paciencia la ternura:
barro, nido, madriguera,
erige sus monumentos.
La simpleza de los grillos,
la compleja mariposa;
bichos de luz. ¡Cuánto brillo!
el milagro intermitente
del diseño de la rosa.
Túngaras y coscorrones
acercan lo que está lejos.
las lluvias, las estaciones,
como hojas de un cuaderno,
anunciando mil y un cortejos.
Un murciélago de frac
vestido para la fiesta
que en la noche ofrecerá
y animoso animará
con el resto de su orquesta.
El ala se asoma oronda,
resplandece la mañana.
La vida se torna fronda
verde y lila la hojarasca
acuarela en la ventana.
Lo que repta y lo que vuela
–razón, esperanza y rumbo-
lo que nos nace y nos queda
-fulgor, semilla y susurro-
persistente cambia al mundo.
La sombra que nos cobija
del árbol que no podamos
es hermana, esposa, hija
vecina, compañera, amiga
del aire que respiramos.
El jardín es escenario
donde danza un picaflor,
galante don Juan que a diario
es responsable sin culpa
del rubor de cada flor.
Es el árbol la guitarra
pulsada por carpinteros
piropeando a las palomas
sin perder la compostura
de galantes caballeros.
De los pájaros aprendo
a soñar despierto el cielo,
de sus garras, el coraje
-fruto del trino el graznido-
para hacer valer mi sueño.
Si faltan no habrá más vida
que valga, no habrá más flor
no habrá país, no habrá paisaje
y tampoco esta canción.