A La Muerte
de Victoriano Lorenzo
Atado!
y ¿para qué? si es una víctima
que
paso a paso a su calvario va
lo
lleva hasta el banquillo la república
y
con ella en el alma a morir va.
Atado!
y ¿para qué? frente al suplicio
los
soldados esperan la señal,
el
plomo romperá su pecho heroico
que
ostentaba la enseña liberal.
Marcha
a su lado el sacerdote trémulo
hablándole
del cielo y de perdón
lleva
un Cristo en las manos, y está pálido
murmurando
en silencio una oración.
El
sigue su camino siempre impávido
sin
el hondo sufrir del criminal
libre
nació bajo sus grandes árboles
y
en ruda lucha defendió su ideal.
De
hombres nacidos en las selvas vírgenes
en
grupos de invencibles lo siguió
que
allá en nuestras montañas, el indígena
puede
morir pero rendirse no.
Se
hizo su jefe el montañés intrépido,
el
campo de batalla fue su altar
y
el órgano divino, el ruido horrísono
del
cañón enemigo al estallar.
Y
ni el invierno con sus noches lúgubres
detuvo
nunca su carrera audaz.
Como
el león de los bosques en América
ni
dio cuartel ni lo pidió jamás.
Soñó
con la victoria, fue su ídolo
y
en su mano nervuda se rompió
tras
el ideal la noche con lo trágico
que
el astro rey en el ocaso hundió...
Y
después... y en las sombras del crepúsculo
en
un lago de sangre el corazón;
y
el pueblo que se aleja del patíbulo
murmurando
una horrible maldición.
Su
centro era el peligro, nunca el pánico
hizo
su corazón estremecer
se
alumbraba con luces de relámpago
cuando
iba el enemigo a sorprender.