Enrique Godoy Durán (Guatemala)
Locadio despertaba de su tercera borrachera del día, para eso le gustaba usar la última banca del parque del hipódromo del norte. Entre el resabio de la borrachera y la penumbra de las siete de la noche, Locadio divisó a una mujer de cuerpo atractivo invitándolo a seguirla. Él la siguió. Cuando estaban al final del parque, al borde del precipicio, la mujer lo abrazó y le mostró el rostro. Locadio casi se muere de susto al ver la cara de caballo con enormes dientes y ojos enrojecidos, pero, en segundos se repuso y pensó: “Yo soy un borracho, miserable, sin esperanzas de encontrar afecto, menos amor… esta cara de caballo debe andar igual que yo, buscando cariño, además tiene bonito cuerpo, más de algún defecto tengo…, a estas alturas ni modo de andar con melindres, podríamos hacer bonita pareja. Si se enamoró de mí, ni modo de despreciarla.
Sin más trámites, la aprisionó entre sus brazos y la besó apasionadamente. Los dos rodaron por el despeñadero. Esa noche se escucharon gritos extraños en la ciudad de Guatemala. Nunca más se volvió a saber de Locadio. Cuentan los visitantes nocturnos del Hipódromo del Norte, que han divisado a un niño con cara de caballo jugando por el lugar, a veces también creen escuchar la voz dulce y melodiosa de una mujer diciendo: “Locadito, mi vida, tu trago esta servido, mijo”.
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