Claudia Chinchilla (Guatemala)
Optimismo
Salió de su casa, como siempre, a
las seis de la mañana, sin desayuno; con la maletita del lunch colgando del hombro. Salió confiando que el
destino le deparara un asiento en el colectivo, una palabra amable en la calle
o una sonrisa en la oficina.
Esperó, como acostumbraba, el
bus. Sentía una euforia particular aquel día. En su corazón, palpitaba un buen
presentimiento. Esperaba lo mejor de la vida; se sentía más optimista que
nunca.
Al abordar el transporte -lleno a
reventar- logró colarse, con suaves empujones, hasta el final del pasillo. Los
frenazos despiadados del conductor provocaban que aquella masa humana se
bamboleara de acá para allá. Unos sostenían a otros, se apoyaban, se ayudaban.
¿Quién dijo que la solidaridad era un vejestorio en vías de extinción?
Una mujer joven subió con su
hijito en brazos, envuelto en una frazada celeste - recordó a sus dos hijos…-
le abrieron paso y alguien le cedió, con amabilidad, un asiento. Un muchacho se
ofreció a llevar el canasto de la vendedora de frutas, un jovencito se adelantó
para ayudar a un anciano que procuraba bajar del bus…
Sin duda, aquel era un buen día.
Afuera, a pesar del bullicio de la hora pico, el sol brillaba, el cielo se
mostraba límpido y los escasos árboles de los parques le regalaban su verdor.
La vida era una sinfonía donde la gente común encontraba inspiración.
De pronto, se escuchó un revuelo.
Una tibieza rara le atravesó las entrañas. Cayó de bruces, extrañamente
aferrado al cinto de su porta-alimentos. Un chico saltó sobre su cuerpo;
reconoció, confundido, su billetera y unos pocos documentos cayeron al suelo.
El adolescente saltó del auto en movimiento.
La gente se apartaba, gritaba
pidiendo auxilio, le vociferaban al piloto que se detuviera, que había alguien
herido. La estridencia del reggaetón no lo dejaba escuchar.
Tendido, en la ternura de su sangre, su
optimismo se encontró con la muerte.
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