Es la señora de la casa, la gran y distinguida esposa de Ricardo.
De buenos modales, etiqueta y cultura; sabía cómo manejarse en la sociedad. Una
doña respetable.
Entra a la recepción del hotel y lo ve.
Alto, moreno y con un olor fuerte. Llamó su atención como siempre.
-Buenas tardes señora Sofía. ¿Viene a la reunión del Club de
Jardinería? –Abriéndole la puerta del Salón Principal.
-Buenas tardes, Román, así es. –Mientras lo ve a los ojos con
mirada sincera de agradecimiento por la gentileza al abrirle la puerta y luego
baja esa misma mirada poco a poco y que poco a poco deja de ser una mirada de
gracias para convertirse en una morbosa ojeada al gran Román.
Ambos se sonrojan y se retiran.
Doña Sofía era en efecto una gran dama de sociedad pero tenía una
pequeña manía, y es que al saludar, conocer y ver a un hombre, el que fuese,
siempre tiene que bajar su mirada a ver qué potencial tiene el individuo y digo
potencial porque para ella todo es perfectible, sólo basta tener un poco
talento y la maestría llegará con la práctica.
Sale de su reunión del Club de Jardinería y la espera su esposo,
Ricardo, que está con un señor extraño.
-Querida, te presento a Calixto Frondones, el dueño del terreno
dónde empezaremos el nuevo proyecto de la constructora.
-Señora un placer
-Encantada Sofía –Contesta, mientras al mirarlo a los ojos para
saludar mueve la mirada a la izquierda dónde se encontraba un hermoso espejo,
lo mira tres segundos, zigzaguea, empieza a bajar su cabeza y finalmente baja su mirada
para observar a Calixto.
Ricardo extrañado por su cabeza baja, le pregunta.
-¿Amor te pasa algo?
-Mi vida de repente me sentí débil, como si tuviese un gigantesco
animal en mi espalda (al decir esto se imaginó al gran Calixto) ha de ser que
dormí mal.
La familia está en la iglesia, en la misa dominical, en primera
fila; es un día diferente porque es un nuevo sacerdote. Es un cura joven y no
usa sotana. Inicia la homilía, los feligreses se arrepienten por sus pecados y
piden perdón. Llega el momento de arrodillarse, doña Sofía queda en frente los
pies del cura, esta vez no necesita bajar la cabeza sino subirla, no sabe como
disimular, entrelaza sus manos, empieza a apoyar su cara, levanta la cabeza, lo
mira y se percata de que él ya la estaba mirando.
Se sonroja, continúa orando…
No hay comentarios:
Publicar un comentario