Diana Morán
Es enero en las calles donde ruedan los gritos,
nueve o diez en la cara, en la súplica radial
de un arroyuelo rojo para soldar los nervios,
es la fecha de un pueblo que encontró su camino.
Escuchen lo que digo
con una brasa de odio
en el pájaro dulce que habitaba mi seno,
aunque la barba de Walt Whitman hable
de familias de hierbas y moral manzanera.
La patria se fue, como siempre se ha ido,
con su camisa blanca
y la corbata azul de adolescencia,
con el civismo juvenil de su paso
y el fértil batallón de sus arterias,
a enarbolar el vuelo allí donde cortaron
las alas tricolor de sus emblemas.
Escuchen lo que digo
con la capilla ardiente del rencor más viejo:
Mi patria, cántaro de amor en todo idioma,
que ofrece su agua buena al peregrino
ha arrastrado sesenta calendarios
sin derecho a la fruta, al árbol de su huerto,
saqueada en la bondad de su cintura.
Escuchen lo que digo:
En cada sitio de mi cuerpo hay un dolor de siemprevivas
para contar al mundo la parábola del buen vecino
que aplastó la luz recién nacida.
Muchachita de paz,
exigiste la fruta, el huerto, el asta de tu nombre
y el muro... el muro blanco... el muro rubio
-su carta... Punta del Este-
deshilvanó tu esencia, derramó su cauce,
a la húmeda intemperie de gases lacrimógenos
gemías Panamá, como un maizal en llamas.
¿Quién me pide cortinas
para azular la piel quemada de estas sienes
que jamás pensaron en tirar un jazmín a las alondras?
¿Quién reclama la sílaba final de un corderito
para ensayar un apretón de manos
aquí, donde quedó sin gasa el hospital
para cubrir la fuga de amapolas?
Quién, quién se atreve a rezar:
Tío Sam, Santa Claus, Cuerpo de Paz
-Arca de las Alianzas, Consuelo del Afligido-
el corazón agujereado
cicatriza con verdes papelillos.
¿Quién me pide que sufra, qué suframos de amnesia,
que le demos a Fleming tres medallas
y con Bogart bailemos tamborito
por la amistad del tiburón
y el anzuelo en las sardinas?
¡No! El sol no despierta para ustedes,
usureros del aire.
Ese disfraz de oveja hermano lobo,
ya no engaña el candor de las violetas.
Ahora, ¿cómo bautizarás esta maniobra?
¿Juegos de patos?
¿Operación amiga en Canal Zone?
¿Pildoritas Johnson para el subdesarrollo?
Estos brazos que buscan una forma de niña,
un latido de novio, una frente en los libros,
no es película para soldados morfinómanos.
La viudez de estos cuartos no se vende en coca cola.
El salitre escapado de la herida en desvelo
no es negocio de chicles o zapatos.
Este nueve de enero no es cera de museos,
no es moneda de cambio
ni tiene la firma de Bunau Varilla.
Yo tengo que gritar,
-Oh, prendida garganta de mis muertos-
yo tengo que gritar
con su polen de incendio
en los cuatro puntos de la rosa del aire
donde soltó la LJP1 sus vampiros:
¿Qué palabra,
qué palabra por más sucia que sea
no resulta flor para escupir el rostro
de búfalo en conserva?
¡Qué adjetivo no es ángel para pintarle buitre,
si por cada paloma que la mano te ofrece
asesinas la mano, la sal y la paloma!
No hay lago, frontera, axila que no lleve
el tatuaje de tus colmillos roedores de luceros.
¡Malditos de ayer! ¡Asesinos de hoy!
¡Herodes de siempre!
Los huesitos de Chapultepec...
Los huesitos de Atitlán...
Los huesitos de Hiroshima...
La carne, los huesitos de mi patria
molidos con repiques de metralla.
Mi cielo violado, como una niña ciega,
en la torturada inocencia de su pubis,
las venas sacadas de su casa joven,
los hijos deshojados, lirios secos,
la última estrofa del Canto a la Bandera
en el frío ruiseñor de la mirada
y el llanto, el llanto maternal
—Oh vaso ardiente—
sangriento memorial de labio en labio.
Yo tengo que gritar:
Mis muertos son vivas sembraduras,
ataúdes que nutren la esperanza
con el ritmo ascendente de la lucha.
En las cuencas de Rosa revientan las espigas,
en la espalda de Ascanio se arman las legiones;
los fémures de Alberto, Teófilo y Rogelio,
son astas invencibles otra vez en el muro.
Los ojos de Ricardo, los labios de Rodolfo,
las células de Víctor, los dedos de Carlos,
las piernas mordidas, sus núcleos morados,
sustancias nacionales, patrimonio se han vuelto.
La sangre de los hombres es historia viviente
savia que de la muerte se incorpora
soberana presencia de la patria.
El gorrión machacado en la lengua de un héroe
fertiliza el reposo de su hielo
y hace nido en la marcha su clarín de conciencia
Escuchen lo que digo, hoy nueve de enero,
a ustedes tragalunas del mundo,
a ustedes que asesinan los dedos sembradores de olivo:
Del hijo acribillado retoñar muchos hijos,
del obrero en el polvo mil obreros regresan,
del semen inmolado toda cuna germina.
¡Las tumbas pregonan! ¡Se desclavan las cruces!
¡De la cal del pueblo, el pueblo resucita!
Y tú, pequeña patria, gigante de esta fecha,
esculpida en la roca de tus muertos
para nacer definitivamente,
abrirás tus alas agredidas
en el dolido cofre de tus peces.
Hasta el último niño en presagio de mieles
ofrendará su palpito de auroras
por la libre heredad de tus estrellas
¡Hoy!
¡Mañana!
¡Siempre