Mi hermano y yo, en medio
de una
explosión en diciembre de 1989.
IX.
Las marcas en los árboles,
las nubes
que navegan en las casas,
la lluvia que retumba con su cuerpo de
serpiente.
El tiempo ha huido
y los relojes todavía marcan el momento de la
partida.
Nosotros debajo de una mesa,
adivinando los dominios del odio;
la tierra tiembla
y cae como una bandada de aves muertas.
Escondemos nuestros corazones debajo de la
piedra
que los
insectos llevarán hacia el nacimiento de lo inabarcable.
Se escuchan llantos,
las hojas
de los arboles caen;
el miedo
se filtra como un gránulo genocida.
Y las tormentas
volverán con sus pasos ciegos
pero no
borrarán el estruendo de las armas de nuestras mentes.
Esa calle angosta,
esa calle larga,
las piedras son seres que atrapan a la lluvia;
y el mundo perfecto se
esconde en las esquinas,
no hay ruidos, no hay pasos que vayan hacia atrás.
no hay ruidos, no hay pasos que vayan hacia atrás.
El cielo respira entre nubes perdidas.
Estamos
debajo de la mesa,
salvaguardando lo que queda del amor;
pero todavía la explosión,
la tierra temblando,