viernes, 17 de agosto de 2012

Poema de Jonathan Velásquez (El Salvador)


 Jonathan Velásquez (El Salvador)

Un niño vuelve a casa

 

Un niño dice aDiós
para no volver jamás
en sus ojos un tren de sangre
anuncia con su canto
el silencio de la muerte.

Un niño busca en la memoria
el rostro de su madre
la sonrisa de su hermano
que cerró los ojos para siempre.

Un niño olvida su infancia y sus juguetes
juega a ser Spiderman o Batman
en la Caótica ciudad
juega a ser un ángel
extraviado en el smock oscuro y frío.

Un niño vuelve a casa
con el rostro de su madre
tatuado en la sonrisa,
la tierra abraza su cuerpo
de orquídea deshojada.

Un niño busca en la memoria
el rostro de su madre
la sonrisa de su hermano
que cerró los ojos para siempre.

Un niño ha vuelto a casa
afuera todos lloran su partida…

sábado, 11 de agosto de 2012

Cuento de Claudia Chinchilla (Guatemala)


Claudia Chinchilla (Guatemala)

Optimismo

Salió de su casa, como siempre, a las seis de la mañana, sin desayuno; con la maletita del lunch  colgando del hombro. Salió confiando que el destino le deparara un asiento en el colectivo, una palabra amable en la calle o una sonrisa en la oficina.

Esperó, como acostumbraba, el bus. Sentía una euforia particular aquel día. En su corazón, palpitaba un buen presentimiento. Esperaba lo mejor de la vida; se sentía más optimista que nunca.

Al abordar el transporte -lleno a reventar- logró colarse, con suaves empujones, hasta el final del pasillo. Los frenazos despiadados del conductor provocaban que aquella masa humana se bamboleara de acá para allá. Unos sostenían a otros, se apoyaban, se ayudaban. ¿Quién dijo que la solidaridad era un vejestorio en vías de extinción?

Una mujer joven subió con su hijito en brazos, envuelto en una frazada celeste - recordó a sus dos hijos…- le abrieron paso y alguien le cedió, con amabilidad, un asiento. Un muchacho se ofreció a llevar el canasto de la vendedora de frutas, un jovencito se adelantó para ayudar a un anciano que procuraba bajar del bus…

Sin duda, aquel era un buen día. Afuera, a pesar del bullicio de la hora pico, el sol brillaba, el cielo se mostraba límpido y los escasos árboles de los parques le regalaban su verdor. La vida era una sinfonía donde la gente común encontraba inspiración.

De pronto, se escuchó un revuelo. Una tibieza rara le atravesó las entrañas. Cayó de bruces, extrañamente aferrado al cinto de su porta-alimentos. Un chico saltó sobre su cuerpo; reconoció, confundido, su billetera y unos pocos documentos cayeron al suelo. El adolescente saltó del auto en movimiento.

La gente se apartaba, gritaba pidiendo auxilio, le vociferaban al piloto que se detuviera, que había alguien herido. La estridencia del reggaetón no lo dejaba escuchar.

 Tendido, en la ternura de su sangre, su optimismo se encontró con la muerte.

sábado, 4 de agosto de 2012

Cuento de Carlos Fuentes (fragmento)

Carlos Fuentes


CHAC MOOL
 
“...Si no llueve pronto, el Chac Mool va a convertirse otra vez en piedra. He notado sus dificultades recientes para moverse; a veces se reclina durante horas, paralizado, contra la pared y parece ser, de nuevo, un ídolo inerme, por más dios de la tempestad y el trueno que se le considere. Pero estos reposos sólo le dan nuevas fuerzas para vejarme, arañarme como si pudiese arrancar algún líquido de mi carne. Ya no tienen lugar aquellos intermedios amables durante los cuales relataba viejos cuentos; creo notar en él una especie de resentimiento concentrado. Ha habido otros indicios que me han puesto a pensar: los vinos de mi bodega se están acabando; Chac Mool acaricia la seda de la bata; quiere que traiga una criada a la casa, me ha hecho enseñarle a usar jabón y lociones. Incluso hay algo viejo en su cara que antes parecía eterna. Aquí puede estar mi salvación: si el Chac cae en tentaciones, si se humaniza, posiblemente todos sus siglos de vida se acumulen en un instante y caiga fulminado por el poder aplazado del tiempo. Pero también me pongo a pensar en algo terrible: el Chac no querrá que yo asista a su derrumbe, no querrá un testigo..., es posible que desee matarme.”
“Hoy aprovecharé la excursión nocturna de Chac para huir. Me iré a Acapulco; veremos qué puede hacerse para conseguir trabajo y esperar la muerte de Chac Mool; sí, se avecina; está canoso, abotagado. Yo necesito asolearme, nadar y recuperar fuerzas. Me quedan cuatrocientos pesos. Iré a la Pensión Müller, que es barata y cómoda. Que se adueñe de todo Chac Mool: a ver cuánto dura sin mis baldes de agua.”
Aquí termina el diario de Filiberto. No quise pensar más en su relato; dormí hasta Cuernavaca. De ahí a México pretendí dar coherencia al escrito, relacionarlo con exceso de trabajo, con algún motivo sicológico. Cuando, a las nueve de la noche, llegamos a la terminal, aún no podía explicarme la locura de mi amigo. Contraté una camioneta para llevar el féretro a casa de Filiberto, y después de allí ordenar el entierro.
Antes de que pudiera introducir la llave en la cerradura, la puerta se abrió. Apareció un indio amarillo, en bata de casa, con bufanda. Su aspecto no podía ser más repulsivo; despedía un olor a loción barata, quería cubrir las arrugas con la cara polveada; tenía la boca embarrada de lápiz labial mal aplicado, y el pelo daba la impresión de estar teñido.
-Perdone... no sabía que Filiberto hubiera...
-No importa; lo sé todo. Dígale a los hombres que lleven el cadáver al sótano.