Leo Salvatierra (Nicaragüa)
Por León Salvatierra
El mercado: estética y política
La escena del mundo ha venido cambiando vertiginosamente; esto se ha percibido muy claro en las últimas décadas. Resulta impresionante la inmediatez con que la tecnología impulsa la globalización del mercado, que cada vez más intensifica nuestra experiencia, homogenizando la cultura y la sociedad en general. En Nicaragua, desde hace mucho tiempo nuestro sabroso pinol no es competencia para la delirante Coca Cola. Más allá de lo simbólico, no tiene mucho sentido llamarnos pinoleros. Auxiliado por la tecnología que soberbiamente ostenta su bata de “progreso”, el mercado, en sus diversas dimensiones, asedia los cuerpos, los ordena, los etiqueta y moldea nuevas subjetividades. Esta realidad disfruta de muchos aplausos intelectuales. No olvidemos que la tecnología ha hecho posible realidades que eran inimaginables en otros tiempos. Tal situación exige a los artistas y por consiguiente al arte, nuevas formas de interpretación y expresión. Sin embargo, el triunfo del libre mercado y la política liberal significa, para cierta intelectualidad reaccionaria, el fin de la historia del que habla Fukuyama; es decir, que no hay nada que hacer, que nosotros hemos alcanzado la recta final; ni el arte ni la conciencia humana en sus diversas manifestaciones de creatividad serían capaces de cambiar el curso de la historia.
Bajo la condición actual de las cosas, a mi juicio, siendo realista, es más probable que el efecto sea irreversible. Pero hoy respiro los versos de Bukowski, debe haber una forma, seguramente debe haber una forma que todavía no hemos pensado, ¿quién puso este cerebro dentro de mí? que exige que dice que hay todavía una oportunidad, que nunca dirá que No, y todavía más profundo dentro de mi corazón, se niega a aceptarlo.
Hay un dicho muy crudo en Nicaragua que dice: “a la conciencia se la comió un perro en el mercado Oriental”. Aunque aparentemente los días se suceden, de algún modo, reafirmando este dicho, creo que mientras tengamos imaginación, emociones, sentidos y voluntad, siempre habrá esperanza para girar nuestra suerte.
En la afirmación de esa voluntad, intentamos reducir la distancia entre vida y arte: el mercado es la revista en la cual ponemos nuestros esfuerzos para llevar a cabo este proyecto. La iniciativa responde a la necesidad de un espacio donde se plantee la situación social, considerando la experiencia colectiva en el mercado contemporáneo desde el arte. A nivel formal, planteamos ideas que problematizan la relación artista/arte/espectador. De tal manera, asume coherencia el formato de nuestra revista, creando tensión entre los textos literarios con elementos extra-literarios, que surgen directamente del movimiento espontáneo de la cotidianidad. También suprimimos los marcadores de los géneros literarios, dejando al lector ejercer su propio criterio en la categorización de los textos.
En tanto discurso social, el arte en la actualidad ha quedado en banca rota, articulado por un artista desdeñoso de las formas de entretenimiento masivo, consecuencia del mercado global. En dicho contexto, vemos la necesidad de una actitud más dinámica en el entorno social, abordando aspectos tradicionalmente considerados de poca importancia en el arte, aunque en un cotejo más amplio, son determinantes en la transformación de la sociedad. Por ejemplo, un tipo de cine dirigido únicamente a un público especializado, filmes que usualmente son analizados por críticos-teóricos para generar nuevo conocimiento del campo cultural, ignorando las películas que entretienen a la multitud. Reconocemos la importancia del cine independiente, pero la influencia de Hollywood en la mayoría de la gente, nos obliga a considerar también la realidad de ese espacio, generando una crítica más pertinente al público en general.
Lo anterior nos remite a una reflexión necesaria entre estética y política, asumidas generalmente como realidades separadas. Nosotros entendemos el arte y la política como dos caras de la misma moneda ya que la dimensión estética en las estructuras jerárquicas de la sociedad (que todavía se mantienen rígidas, pese a la aparente despolitización del mercado) se relaciona con la experiencia estética del espectador ante el arte, quien percibe y ordena, acorde a su propia subjetividad, un modo particular de experimentar e interpretar la obra.
Lo cotidiano y el arte exhiben un tipo de relación en el que se incluyen ciertos espacios y se excluyen otros. En otras palabras, el espacio en que se permite decir, imaginar, hacer, etc., resulta amplio para algunos y reducido para otros. En este sentido, el mercado como una fuerza dominante en la experiencia colectiva, también juega un rol decisivo en el modo político de percibir lo cotidiano.
Desde esta perspectiva, pensamos que sin caer en el panfleto, los artistas tendrán que responder de forma activa a las contradicciones del ser humano en esta sociedad, cuyo comportamiento y producción cultural se sujeta mayormente a las leyes del intercambio. De esta manera proponemos una esperanza: que la conciencia humana no siempre sea víctima de los colmillos caninos del mercado, según el dicho nicaragüense.
Editorial: revista literaria el mercado Año: I Número: 2 Sept.-Dic. 2011
Por León Salvatierra
La obra Nicanor Parra, su vigencia en estos tiempos aciagos
Rápidamente después que saliera la noticia del nuevo premio Cervantes, Heriberto Yépez escribe un breve artículo titulado: Para qué antipoetas en tiempos aciagos[1]. Hace un cotejo de la obra de Nicanor Parra que rebosa de frases hechas y vacías. Cierra con una sentencia: “Despidámonos de Parra citándolo: ‘La poesía pasa – la antipoesía también”’. Aunque la liviandad crítica de Yépez no nos interesa aquí, sirve para iniciar una reflexión sobre el modo-pasarela en que, con frecuencia, se lee dentro y fuera de las academias. Ha pasado de una obsesión por lo ‘nuevo’ a una cultura obsesionada por lo que vendrá después. La cita de Parra proviene de la “Nota sobre la lección de la antipoesía”. Yo la entiendo de otro modo: la poesía como la antipoesía “pasa”, ocurre, se experimenta en la vida cotidiana. Esa es la lección perdurable de Parra, en cuyo campo textual, la autoridad del “yo” se disuelve en el lenguaje común de la gente. Pero ojo, no es el chistoso Chespirito como sugiere Yépez, es quizás el primer poeta de América Latina que pone en crisis, de modo radical, la autoridad del autor, anticipando los planteamientos teóricos de los franceses: ¿Qué es un autor? (Michel Foucault) y La Muerte del autor (Roland Barthes).
Recordemos: es el año 1968 ó 69 en París, podría ser también el D.F, Berkeley o Berlín. Estudiantes, profesores, grupos marginados protestan, reclaman derechos civiles y humanos, se manifiestan en contra de la guerra en Vietnam. Ellos popularizan una idea central: cuestionar la autoridad—todo tipo de autoridad. En ese despertar político resulta difícil desvincular al autor de la voz autoritaria del poder. Con la palabra compuesta “Autor-Dios”, Barthes enmarca la univocidad del autor. Esta aproximación cambia la modalidad en la lectura. La balanza, naturalmente, se inclina hacia el lector.
Poco más de cuatro décadas han pasado, y aunque en Los EEUU se eligió al primer presidente negro o “casi negro” como lo llama Eduardo Galeano, hoy se intensifica la descomposición mundial. Las maniobras económicas en los llamados países del primer mundo destruyen las economías del resto. Auque Obama haya alcanzado la presidencia, mucha gente está indignada porque al fin de cuentas, Obama es sólo el rostro que representa a los grandes monopolios. Sin embargo, como nos recuerda Stéphane Hessel, la indignación es el núcleo generador del compromiso con la historia, y de la indignación debe surgir la lucha contra la dictadura de los mercados. El problema es que el consumismo amenaza con dictar y definir el mismo acto de la protesta. Basta anotar que la revista Time eligió al “manifestante” como la persona del año 2011.
Al reflexionar sobre la administración Obama, Ángela Davis subraya nuestra tendencia a creer en los Mesías y a depositar nuestro potencial en otros. Sobre ese mismo tema, Galeano se burla del papel “mesiánico” de los EEUU, diciendo que el único mesianismo que le parece es el de Leonel Messi. Ahora me pregunto: hacia qué horizonte nos encaminamos el lector, espectador, ciudadano. Esto ha sido para mí la lección de la antipoesía: desacralizar el aura de los autores para leer las obras desde un enfoque estético-político de reflexión y crítica, un lugar de tensiones y particularmente un lugar de trabajo, donde se percibe cierto modo de intervenir en el mundo, una forma de sentir e imaginar la comunidad. A mí me parece que antes de despedirnos de Parra, todavía podemos tomar algo de su obra para enfrentar estos tiempos aciagos, de indignación e incertidumbre, sin deslizarnos en el modo-pasarela del sistema, en la apatía o en el cinismo.