domingo, 30 de mayo de 2010

ACOTACIÓN SOBRE LAS CONFESIONES

Aura de Canova-Panamá

Con voz precisa, singular, Róbinson construye una urbe de desigualdades sociales bien marcadas. Su lenguaje es transparente y duro al mismo tiempo, devela verdades existenciales del niño de carne y hueso, del que transita en la rutina aplastante del día a día, de Joaquín, quién a su vez representa a muchos Joaquines, sumergidos en las esquinas, sombras, semáforos, panzas vacías; ellos también conocen la creatividad de jugar con las hormigas, lanzar piedras y comer mangos.


La ciudad Cosmopolitan tiene varias caras, pero el poeta nos muestra una donde se cobija el olvido, el fracaso, el pánico a vivir en un mundo inestable y cruel que va de la mano con la pobreza. Se observa en el discurso poético a un niño receloso, con la etiqueta “huérfano de padre vivo”, “abandonado por los gobiernos en turno”. Le falta la ternura de su madre a tiempo incompleto, gracias al padrastro de turno. Pero aún así, se las ingenia para sobrevivir, entre jugar descalzo el fútbol y estudiar para que la ciudad no lo olvide.


La figura simbólica del padre esta latente en la poesía. Joaquín no sabe quién es su progenitor, o célula paternal. El poeta, que es biólogo, parte de esta interrogante ¿la identidad? Vemos en América Latina, con demasiada rutina, la ausencia del padre, a las madres padres; el problema de la pedofilia, que ya incursiona en los barrios, es lo real y pavoroso. A pesar del hambre, Joaquín, el niño receloso, pudo evadir al viejo de la panza gris, el que acariciaba a los niños que querían saciar su hambre.


La pluma de D. Róbinson trata de rescatar a los niños olvidados y sumergidos en una condición deprimente y hasta nostálgica.

domingo, 23 de mayo de 2010

Presentación de las confesiones

Presentación de la obra


“Confesiones de un poeta en una ciudad que odia”, de David Róbinson

Panamá, Casa Cultural Huellas, 28 de abril de 2010

Marco Ponce Adroher (Uruguay)

Amigas y amigos:

Este evento nos encuentra reunidos para compartir otra experiencia de la creación literaria de David Róbinson: “Confesiones de un poeta en una ciudad que odia”. Siempre es una fiesta, aunque no tan rimbombante como otras que aparecen a diario en nuestro medio, cuando la Literatura se abre paso y da a luz otro ser, un ser que se comparte en silencio o en tertulia, en una mañana de brisa o en la tarde de nubarrones oscuros, tal como ocurrió muchos años atrás con aquellas “Soledades pariendo” del siglo pasado.

El poemario que nos ofrece David, compuesto por 56 piezas, es un paseo y un calidoscopio de colores cambiantes que, con sus destellos, radiografían la ciudad y el individuo. Pasan por su escrutinio escenas cotidianas, muchas terribles, pero también atisbos de luz que se des-prenden del aparente odio silencioso.

En diferentes niveles se narran las observaciones de un poeta que, empezando por el sin sen-tido, muestra la oscuridad en un recorrido vertiginoso, como si volara en un diablo rojo, pa-sando por diversas situaciones, para terminar al fin en el alba de un sentido. Luego, la expe-riencia de un niño que se enfrenta a la vida entre codazos de realidad impresionante, expues-to a todo y que se abre paso entre callejones. Más adelante, vemos la ciudad en dimensiones distintas, donde los problemas conocidos contrastan con la naturaleza. En seguida, las vidas de las gentes, sobreviviendo a su condición, a veces creyendo en las apariencias o refugián-dose en situaciones inestables y repetitivas sin solución. Es una obra que deja a la intemperie todo de manera llana.

Se dice que el odio aparece cuando hubo amor. ¿Y si la dualidad odio-amor no es tal? ¿Si el odio que delata el título de la obra no es más que una rebelión y una voz angustiosa que sale a la superficie movida por el amor, por el amor de querer sobrevivir a la ignominia que nos rodea?

La obra es conmovedora: nos llena de pinceladas de realidad, nos estrella en la cara lo que vemos, pero ignoramos ver e insistimos en tapar con inútiles manos. Él descorre el telón de la indiferencia y nos hace mirar hacia dentro de nosotros, de nuestros hijos, de nuestra socie-dad, de nuestra ciudad. El tránsito de la vida de un niño ocurre entre lo grotesco y lo sublime. Joaquín, el personaje central de la obra pasa por lo que vive, sueña, ve, come o no come cualquier infante de nuestros barrios marginales. Y rejo. Recibe rejo por ser pobre, por no saber quién es su padre, por tener padrastros de turno, por correr descalzo en las calles.

Escribe David Róbinson :

¿Quién será su padre?
¿Aquel que es puro aguacero y eterno regreso?
¿Aquel que sueña en la rivera del río y que no busca una red para pescar?
¿Aquel que huyó por no soportar los reclamos de una mujer?

Luego se pregunta:

¿Quién? ¿Quién es ese hijo de la maceta?
¿El de la supuesta virilidad infalible que falla sin el viagra?
¿El de los títulos de propiedad y campeón de impropiedades?
¿El de los berrinches por un par de platos sucios?
[…] ¿Quién será el padre de Joaquín?

Avanzando en los textos se nos permite encontrar similitud en los acontecimientos y viven-cias de toda la región: fabelas, villas miserias, cantegriles, chabolas, barrios marginales, y ni-ños, niños desnutridos por doquier, huérfanos, sin importar el idioma, ni la Constitución, ni la bandera. Esta poesía se extiende sin fronteras y ese es un gran logro de David Róbinson: la universalidad. Decía que se extiende por nuestra América con una voz dividida por los gran-des medios. Mas la poesía es así, una débil voz que se cuela entre susurros y Róbinson nos evoca las imágenes del poeta, de los pies descalzos, de la violencia, de las pandillas, de la co-rrupción policial, de la droga, de la puta por necesidad, de la niña de chocolate, de la estupi-dez frente al televisor.

Joaquín nació
En una ciudad
Que parece odiarlo

En esa urbe
Quien lo educa
Es el fracaso
Quien lo entretiene
Es el pánico
Y quien lo quiere
Lo quiere
Tranquilito y estúpido
Frente al televisor

A medida que avanzamos, percibimos el efecto de las palabras en su justa dimensión y las sensaciones que éstas nos producen. Es el resultado de una poesía bien elaborada, de lengua-je certero, que reproduce en el espacio de representación la esencia de lo escrito: el senti-miento del asfalto en nuestros pies, el miedo visceral frente al viejo de la panza gris que pue-de acariciarlo entre las piernas, el movimiento esquivo de la pelota de fútbol, las aspiraciones más profundas.

Decíamos que también aquí hay amor, y amistad, elementos brillantes en un medio tomado por el crimen, los abusos y las impunidades. Róbinson nos los cuenta en el poema La niña de chocolate.

Joaquín
Ríe y juega con ella
Y cuando llegan los berrinches
También le hace el suyo


Y los dos niños se convierten en tempestad
Y el resto de las gavilla se transforma en escándalo
Y cuando parece que todo es un huracán
Un chiste
Una gracia
La risa
¡Adiós al tifón!
¡Bienvenidos al parque!


Johannes Pfeiffer nos advierte que la poesía es arte que se manifiesta por la palabra y que la única actitud auténtica ante las artes es y será siempre una participación sentimental y emoti-va, y que hay que lograr, ante todo, la pureza del sentimiento. Esa pureza consiste en no que-darnos insensibles ante lo que nos parece obvio. Debemos hacernos sencillos e ingenuos; de-bemos preguntar consciente y expresamente por cuanto creíamos ya sabido y conocido, cam-biar los grandes billetes de la comprensión consagrada por humildes moneditas; solo así po-dremos llegar a la esencia de las cosas.

Así es como acogemos estos versos que David Róbinson ha puesto en nuestras manos y men-te, con humildad y meditación. Esto nos permitirá ver a los Joaquines, la gente y la ciudad de otra forma, sabiendo que en medio de las vicisitudes hay esperanza y quizás nosotros poda-mos abrir otras puertas hacia una realidad distinta. El libro se perfila como una obra transmu-tativa, muestra, siente y respira la realidad de cada etapa que debemos transitar por cada tex-to. Al final el poeta abre la puerta, o cierra la puerta del proceso anterior, y la obra se com-pleta:

Hoy salí a la calle y dejé de verme el ombligo
Ahora me parece un espectáculo grotesco
Hoy salí a la calle y vi el arte poética del universo:
El rostro brillante
De un niño llamado Joaquín

Nada más, muchas gracias.

domingo, 16 de mayo de 2010

Rainier Alfaro-El Salvador


I




Soy un hombre dormido

Bajo la sombra de un árbol extraño

Bajo la lluvia nebulosa

Que me lleva tierra dentro entre tus entrañas



Soy un hombre dormido

Con los brazos abiertos hasta la eternidad

Con el agua escurridiza de los pájaros



Otoño es verano en estas escrituras

En estas palabras se rompe el silencio

La tragedia comienza si dejo de soñar

Mis pasos acaban si abro los ojos…

domingo, 9 de mayo de 2010

Apicultura

María Monserrat Artavia Moya-Costa Rica


Quiero que tus zumbidos
Sean el presentimiento
De estar en media turba de abejas asesinas
Con un ramo de flores en celo entre las manos.


Espero que mis gritos lo confirmen.

domingo, 2 de mayo de 2010

Comentario de las confesiones por Alicia Miranda Hevia (Costa Rica)

David Classen Róbinson Orobio, Confesiones de un poeta en una ciudad que odia. Panamá: Editorial Casa de las Orquídeas, 2009. 72 pp.


David Róbinson es centroamericano, con un profundo conocimiento geográfico y personal del istmo. Desde hace años dedica las vacaciones a recorrerlo desde su natal Panamá hasta llegar a Guatemala y México.

Tiene amigos en todas nuestras capitales de sonoros nombres y ensangrentadas historias.


Son pocos los centroamericanos que hayan viajado de esta forma por el istmo y que se hayan ubicado con tanta comodidad en la dimensión social del quehacer literario.


Nacido en 1960 en Panamá, Róbinson es poeta y cuentista. Como biólogo imparte lecciones en un colegio de la ciudad de Panamá.


En 2007 publicó Heurísticas, cien artículos incisivos sobre problemas sociales, políticos y humanos.


Compiló en 2003 una antología de cuentos contemporáneos panameños para la Editorial Alfaguara, Soles de papel y tinta.


El presente poemario, Confesiones de un poeta en una ciudad que odia, establece una intertextualidad con citas de otro poeta panameño contemporáneo, Héctor Collado.


En el poemario se crea un personaje, un niño huérfano llamado Joaquín.


Los poemas se van estructurando en torno a la vida dura y azarosa de este niño.


Joaquín nació/en una ciudad/que parece odiarlo: de buenas a primeras esta verdad es espetada al lector.


Como es huérfano de padre, uno de los poemas más impactantes es el que se dedica a la figura paterna. Titulado ¿Quién será su padre?, presenta de forma gráfica una interrogante sobre esta figura ausente: ¿Aquel que es puro aguacero y eterno regreso?


Al final del poemario, el poeta ha cumplido con su misión:



Hoy salí a la calle y dejé de verme el ombligo
Ahora me parece un espectáculo grotesco
Hoy salí a la calle y vi el arte poético del universo:
El rostro brillante
de un niño llamado Joaquín.